EL TEMPLO DE SETHY I EN ABYDOS
NUEVAS CONSIDERACIONES DE CARÁCTER SIMBÓLICO Y MÍSTICO
Emma González Gil
Emma González Gil
Resumen: El
templo de Sethy I en Abydos es, sin duda alguna, uno de los edificios de culto
más singulares legado por los antiguos egipcios. Además de su particular
planta, esta construcción sagrada presenta toda una serie de elementos de
carácter simbólico y místico, cuyo
estudio aporta un significativo número de datos que posibilitan ahondar en el
sistema de pensamiento religioso y escatológico, vinculado directamente con el
soberano egipcio y, más concretamente con Sethy I. La fusión es tal que se hace
necesario replantear la finalidad última de tan peculiar espacio contemplativo
áulico, conectado directamente a la figura de Osiris y a sus ritos mistéricos;
vinculo que dio paso a una nueva concepción del drama divino reformulado y
adaptado y, cuya envergadura tuvo una continuación transcendental hasta el
período ptolemaico.
Palabras clave: templo, Sethy I,
Osiris, religión, simbología.
En la sagrada tierra de Abydos, situada a unos 540 km al
sur de El Cairo, se alza, en el sector central del enclave, uno de los templos
de Sethy I (fig.1) edificado sobre las ruinas de un edificio más antiguo
(fig.1). Construido en piedra caliza y arenisca, este recinto templario
presenta toda una serie de características estructurales únicas. La principal
singularidad del recinto estriba en su planta cuya forma presenta una L
invertida (fig.2). Es un hecho que llama
la atención ya que si se observa el plano del templo es posible constatar que el espacio meridional posee una anchura
prácticamente similar a la correspondiente al sector septentrional.
Cabe preguntarse el motivo del cambio, teniendo en cuenta
que los templos egipcios poseen plantas longitudinales. Incluso, el templo de
los Millones de Años que Sethy I erigió en Luxor, sigue el esquema tradicional.
Es muy posible que el actual sector meridional del templo de Abydos, concebido
para ser ubicado, en un principio, justo
detrás del denominado complejo de Osiris, hubiera tenido que emplazarse en su
actual ubicación debido al descubrimiento de Osireion (fig.3).
Además de su particular planta, esta construcción sagrada
presenta toda una serie de elementos de carácter simbólico y místico, cuyo estudio aporta un significativo número
de datos que posibilitan ahondar en el sistema de pensamiento religioso y
escatológico, vinculado directamente con el soberano egipcio. La fusión es tal
que se hace necesario replantear la finalidad última de tan peculiar espacio
contemplativo áulico, conectado directamente a la figura de Osiris y a sus
ritos mistéricos; vinculo que dio paso a una nueva concepción del drama divino
reformulado y adaptado y, cuya envergadura tuvo una continuación transcendental
hasta el período ptolemaico.
Un segundo aspecto único que presenta el templo son sus
siete capillas cuyas entradas se hallan dispuestas en una misma hilera, al
final de la segunda sala hipóstila, mientras que lo habitual, en un templo del
Reino Nuevo es la construcción de un santuario principal para el dios a quien
se dedica el edificio sacro, y dos capillas subsidiarias destinadas a albergar
a la paredra y al hijo de la divinidad honrada.
En este caso, se rinde culto a la familia divina de Abydos,
constituida por Osiris, Isis y Horus; así como a Amón-Re de Tebas, a Re-Horajty
de Heliópolis y a Ptah de Menfis. Por lo tanto, todas estas capillas están
dedicadas a los dioses principales de las tres ciudades más importantes del
antiguo Egipto. La última capilla, situada al sur, se halla consagrada a la
memoria de Sethy I[1].
Por lo tanto, los aspectos implícitos que se hallan en esta
liturgia son variados. Por un lado, el culto a Amón-Re, divinidad estatal por
excelencia y vinculada directamente con la realeza y cuya capilla fue erigida
en la parte central del santuario tras la segunda sala hipóstila. Por otra
parte, el culto a las divinidades asociadas a teologías nacionales como es el
caso de Ptah de Menfis, o el correspondiente a Re-Horajty, deidad que forma
parte de las creencias heliopolitanas. A todo ello hay que añadir la veneración
a Osiris, su pareja Isis y al hijo de ambos, Horus, como claros exponentes del
culto popular por excelencia. Cabe añadir el área del santuario destinada a la
memoria del soberano. Aunque el templo unifique la creencia popular con la
estatal, junto a la áulica, los elementos constitutivos del núcleo central del
recinto cultual, evidencian una clara predilección por la tríada osiriaca: tres
capillas situadas en la parte noroeste de la segunda sala hipóstila y el
espacio posterior del templo correspondiente al sector septentrional. Se trata de la zona más profunda y de más
difícil acceso del templo donde, con toda probabilidad, se llevaba a cabo un
ritual místico ligado totalmente al concepto de renacimiento y vida eterna,
asociado directamente al soberano y, al mismo tiempo, a todos sus súbditos.
Por lo tanto, aunque
se haya mencionado anteriormente la existencia de un área propia para llevar a
cabo las ceremonias en memoria del rey, es conveniente recalcar que el sector
del complejo de Osiris también forma parte del espacio cultual asignado al
soberano. El soberano es asimilado a la divinidad tanto en vida, en su
vertiente de rey mítico, garante de todo lo necesario para asegurar el
bienestar de Egipto y el buen funcionamiento de todo el país, y como monarca difunto, momento en el que se
produce el acto de transmutación que avala la resurrección y la continuidad de
la vida. En este caso nos hallamos ante Sethy-Osiris que se presenta momificado.
De este modo el rey tiene la ocasión de despertar del sueño de la muerte y
traspasar el umbral de la eternidad emulando a Osiris.
El programa
iconográfico del templo presenta unos contenidos totalmente adecuados
simbólicamente a los distintos espacios que conforman el recinto de culto. De este modo, y siguiendo el patrón
establecido por este soberano en Karnak, se aprecian zonas exteriores, como el
primer patio, decorado con escenas bélicas[2]. A
partir del segundo pórtico, principalmente en el extremo occidental, donde se
encuentra la fachada del templo y los doce pilares que la preceden, se aprecian
escenas áulicas que presentan un estadio intermedio donde se plasman
peculiaridades terrenales asociadas a principios geopolíticos junto a
composiciones de cariz religioso. En este caso las imágenes esculpidas en los
pilares ubicados al norte de la puerta principal están relacionadas con el Bajo
Egipto y el rey luce la corona roja, mientras que en los correspondientes a los
segmentos meridionales, vinculados con el Alto Egipto, muestran al soberano
tocado con la corona blanca. Lo mismo sucede con las divinidades plasmadas en
los pilares. De este modo también se manifiesta el concepto de dualidad que
preside el mundo egipcio.
Los dos pilares centrales, en su
cara norte, el pilar sur; y en su cara sur, el septentrional, muestran al
soberano en dirección a la entrada del templo y en ademán de penetrar en el mismo. Por consiguiente, la escena
inmortaliza, en este caso, a Ramsés II en el momento que se prepara para cruzar
el umbral que conduce hacia el lugar más sagrado del complejo cultual. Una vez
traspasado el mismo, el monarca se sumerge en la primera sala hipóstila
formando parte del contenido de las escenas parietales que, en este caso han
adquirido una total relevancia mística
que se irá acentuando a lo largo del espacio interior del santuario. Mediante
la magia de la imagen el soberano ejerce todas sus funciones religiosas. Un
nuevo arquetipo de las dos tierras aparece en la segunda sala hipóstila
mediante dos pilastras situadas en la pared norte y sur respectivamente y a la
misma altura. En cada una de ellas y en función de su distribución geográfica,
el soberano luce la corona roja, la correspondiente al norte, o blanca,
perteneciente al sur del país.
Tras los actos de purificación
llevados a cabo por el soberano y una vez culminados los rituales de ofrendas
hacia las divinidades escenificadas e intercambios de los dioses con el
monarca, el rey, en este caso Sethy I, ya está preparado para llevar a cabo el
culto diario reservado a las seis divinidades que albergan, respectivamente,
cada una de las capillas situadas detrás de la segunda sala hipóstila. Las
paredes de cada capilla, a modo de corpus, exponen, en dos registros, todos los
actos necesarios para garantizar el servicio a cada una de las divinidades. La
finalidad última del ritual radica en el mantenimiento del orden además de la
obtención de la benevolencia y protección por parte de las deidades veneradas. Escenificar
el ritual en cada uno de los espacios mencionados es una forma de asegurar su
práctica constante a partir del poder mágico inherente emanado de las imágenes
plasmadas, a modo de elementos intermediarios entre el mundo celeste y el
ctónico, conformando, de este modo, el medio más directo para conectar lo
sagrado con el entorno humano a través del soberano y su contacto directo con
el mundo divino.
Como el templo de Sethy I es ante
todo un espacio sacro consagrado al concepto de regeneración y con una clara
voluntad de asegurar el renacimiento, se enfatiza considerablemente este factor
en tres espacios. El primero corresponde a la capilla de Re-Horajty (fig.4)
cuyo contenido teológico muestra diversas formas del dios sol en los diferentes
momentos del día. El ciclo solar se presenta como un constante elemento
renovador de vida. Los otros dos espacios ligados a la renovación y la
resurrección se encuentran en los complejos de Osiris y de Nefertum junto a
Ptah-Sokar identificado como Osiris.
La sala hipóstila
correspondiente a Osiris presenta un significativo número de escenas de
contenido teologal vinculadas con dicha divinidad y su drama mistérico. Dos de
las imágenes exhiben uno de los capítulos más relevantes correspondientes a la
ceremonia anual del levantamiento del pilar djed
materializado en dos episodios consistentes en izar y adornar el mismo. En la
primera escena, Isis y el rey colocan el pilar en su pedestal. Una pequeña
imagen de Sethy I arrodillado y situado justo a la izquierda del djed, ayuda en la operación de
sostenimiento del símbolo que representa a Osiris (fig.5). En el segundo
episodio este icono ha sido totalmente erguido y su parte inferior se ha
cubierto con un paño rojo sujeto mediante una banda blanca (fig.6). Ambas
escenas son un claro exponente del concepto de resurrección, ampliado mediante
los cuadros iconográficos que le siguen.
Dentro de los mismos cabe destacar el séptimo que muestra a Osiris como
un ser vivo. En este caso, el soberano perfuma al dios en un significativo ademán de
rendir pleitesía a la entidad vivificada, garante de una vida eterna extensiva
tanto al rey como a la totalidad del pueblo egipcio.
Las alusiones a la
pasión de Osiris y su resurrección siguen latentes en el complejo de
Ptah-Sokar y de Nefertum (fig.7) donde se representan los aspectos más herméticos
del drama osiriaco. Se trata del único emplazamiento del santuario en el
que se muestra a Osiris yacente en su lecho de muerte y al mismo tiempo se
escenifica el prodigio de la resurrección del mismo[3].
Esta zona puede ser considerada como la potenciadora de la transmutación del
ser humano mortal, en entidad inmortal bajo el ejemplo y la asociación con
Osiris, garante, de este modo, de un destino final plasmado en una nueva vida
sempiterna.
El
imaginario vinculado con la renovación cíclica, y por extensión, al reinicio
de la existencia, queda reflejado de nuevo, en la capilla de Nefertum mediante
la plasmación de uno de los rituales llevados a cabo durante el mes de Joiak,
consistente en la acción de regar los jardines de Sokar-Osiris, donde han sido
depositadas las figurillas vegetantes que simbolizan al dios muerto. En este
caso, la divinidad es la semilla portadora de vida latente pero no manifestada
que, a partir de su germinación, transmite, de forma palpable, a modo de
mensaje, la manifestación de la regeneración y, por extensión, la garantía de
la resurrección, del milagro de la vida asociado al destino humano. Otro elemento
relacionado con Osiris se halla plasmado en las columnas que sostienen el techo
de la sala hipóstila correspondiente a su complejo (fig.8), así como en la sala
de las estatuas ya que representan troncos de árbol. Uno de los últimos ritos
mistéricos osiriacos consistía en levantar el djed, simbolizado por un árbol.
La forma de cada columna pudo ser concebida de este modo con finalidad de
enfatizar el concepto regenerador inherente al dios tras su pasión.
Asimismo, el templo
presenta ciertos números mágicos asociados a la estructura arquitectónica y
espacial del mismo, como sería el caso del siete, del doce, del catorce y del
veinticuatro. El guarismo siete expresa perfección y totalidad. Se encuentra
completamente vinculado a Osiris y se halla reflejado, principalmente, en los
siguientes elementos: las
dos torres que constituyen el primer pilono, en sus caras oeste, ambas están
decoradas con siete nichos; las siete
puertas situadas en la fachadas oeste del segundo patio y que permitían el
acceso al templo durante la época de Sethy I; los siete espacios a modo de
pasillos que atraviesan longitudinalmente la primera y la segunda sala
hipóstila; las siete capillas situadas tras la segunda sala hipóstila. El
número doce está vinculado al concepto de tiempo[4]. El concepto adquiere mayor transcendencia
mediante la integración de Osiris encarnando los distintos ciclos de la vida en
su proceso de nacimiento, muerte y regeneración y, por lo tanto, se vislumbra otro
símbolo de resurrección. En cuanto al
número veinticuatro, múltiplo de doce, representa también el cometido vinculado
a las horas del día o a los meses del año. Los componentes arquitectónicos que
reproducen estos elementos son los doce pilares situados en la cara occidental
del primer patio; los doce pilares ubicados en el lado oeste del segundo
patio, las veinticuatro columnas que
sostienen el techo de la primera sala hipóstila. La
tercera hilera de columnas que conforma la segunda sala hipóstila también está
constituida por doce piezas; en consecuencia, totalmente vinculada al concepto
expresado anteriormente. El cómputo total de elementos de soporte suma treinta
y seis, exactamente igual que los registros iconográficos parietales situados
en cada una de las seis capillas de culto ubicadas tras la segunda sala
hipóstila. Se trata de treinta
y seis acciones que han de ser realizadas cotidianamente durante todo el año.
Coincide con el concepto de actuación recurrente con el propósito de garantizar
el culto diario a las divinidades y obtener, a cambio la garantía absoluta de
estabilidad y vida. La cifra catorce es
altamente significativa. Está relacionada con el conjunto de fragmentos en los
que fue dividido el cuerpo de Osiris por
Seth[5].
Puede apreciarse en la pared oeste de las dos torres correspondientes al
primer pilono que muestran, cada una de ellas, siete nichos que constituyen un
conjunto de catorce. Cada uno de estos nichos contenían una estatua colosal de
Sethy I osiriforme. Las siete capillas situadas tras la segunda sala hipóstila
también representan el número catorce ya que cada una de ellas estaba dividida
en dos partes, configurando, de este modo, catorce espacios en total.
A todo ello cabe
mencionar, de nuevo, las columnas que sostienen el techo de la sala hipóstila
correspondiente al complejo de Osiris. En la misma se hallan diez elementos que
simbolizan árboles. El número diez es la representación del comienzo de un
nuevo ciclo. Factor muy acorde con el espacio si se tiene en cuenta que este lugar
están escenificadas imágenes del rito mistérico osiriaco vinculado a la
resurrección del dios, y por lo tanto, al renacimiento. Por otro lado, cabe recalcar la relevancia de
la capilla dedicada a Osiris ubicada en
la parte norte de su complejo (fig.9), pudiendo ser considerada, al mismo
tiempo, como la correspondiente al propio Sethy I. La iconografía parietal plasmada en todo este
espacio se encuentra distribuida en siete estampas. Por lo tanto, este número
mágico vuelve a estar presente evocando la perfección y la totalidad vinculada
a Osiris y, por extensión, al soberano.
A partir de este
momento, y tras su tránsito, el rey consigue alcanzar la eternidad. Todos estos
elementos escenificados, tanto a través de la imagen como de las estructuras
arquitectónicas, potencian la idea de la concepción del templo de este monarca
en Abydos, como una estructura sacra a modo de libro sapiencial, que engloba
los conocimientos herméticos necesarios capaces de conseguir, siguiendo los
rituales indicados, y siempre bajo la égida y ejemplo de Osiris, la total
resurrección y la seguridad absoluta de la obtención de una vida eterna e
imperecedera más allá de Kemet, pero conectada perpetuamente a la misma.
Ante lo mencionado
anteriormente el Templo de Sethy I en Abydos debe ser considerado, por lo
tanto, como un referente místico de primer orden, capaz de garantizar el
renacimiento tanto del soberano como el de todos sus súbditos en un Más Allá
infinito y totalmente vinculado a Osiris. Se trata de un enclave sagrado
de transmutación y renacimiento. En este sentido, no hay que olvidar que el
santuario se encuentra en una zona muy cercana a la brecha de Pega; es
decir, de la entrada al inframundo.
Retomando
la singular planta del templo de Sethy I en Abydos, que como se ha mencionado
anteriormente, se aparta de la típica planta longitudinal, este factor podía
haber sido debido a imprevistos arquitectónicos[6]
que obligaron a la modificación o ejecución de un nuevo plan, consistente en reubicar
una parte de los elementos constitutivos del templo en la zona meridional del
mismo. Es decir, parece como si estos elementos integrantes del espacio sacro, o
alguno de ellos, hubieran tenido que ser
reubicados tras la imposibilidad de mantenerlos en la parte más occidental del
templo.
Cabría la posibilidad
de que a la hora de preparar el terreno para la edificación del templo,
hubieran surgido dichos vestigios. En este sentido, el Osireion pudo ser
considerado como la verdadera tumba de Osiris, pudiéndose remontar, a priori,
por sus características estructurales, al Reino Antiguo. Tal vez Sethy I
decidió respetar el monumento, restaurarlo e integrarlo a su complejo templario
por su gran relevancia y simbolismo a nivel escatológico.
Este factor hubiera
podido ser una de las razones por las cuales el soberano amplificó la
preeminencia al culto de Osiris, asignando el espacio noroccidental del templo
a la memoria de esta divinidad junto a Isis y Horus, aunque tuvieran
asignadas, cada una de ellas, sendas capillas tras la segunda sala hipóstila
del santuario.
Con la construcción
del templo sobre restos de estructuras más antiguas, que debieron pertenecer,
con toda probabilidad, a un edificio sacro, Sethy I potencia y amplifica la
esencia religiosa de su santuario, además de acrecentar su sentido místico mediante la utilización de toda una serie de guarismos con
propiedades mágicas, expresadas en los diferentes espacios y elementos arquitectónicos
como se ha mencionado anteriormente. Otro aspecto que refuerza la asociación de la
divinidad funeraria con el monarca se manifiesta en la capilla de Osiris,
emplazada en la parte norte de la sala hipóstila. En este espacio es donde se
manifiesta con mayor claridad el ritual de transmutación, constituido por siete
fases, a las que ha de someterse Sethy I, asimilado totalmente a la figura de
Osiris. Tras lo expuesto, esta capilla debería
ser considerada como la correspondiente a Sethy I en lugar de Osiris, o más
bien como el santuario de Sethy-Osiris, ya que, como se ha mencionado
anteriormente, todo su contenido iconográfico se centra en asegurar la
resurrección del rey, además de su inmortalidad, mediante su fusión con la
divinidad.
El
templo juega un papel preponderante tanto en la ejecución del drama mistérico
como en su acción de interlocutor entre la devoción popular y el culto nacional
bajo los auspicios de Osiris, divinidad garante de un destino final redentor. Una vez finalizada la
construcción del mismo y dada la relevancia y características del mismo, es
muy probable que los ritos mistéricos osiriacos más secretos, que tenían lugar
durante el mes de Joiak, fueran llevados a cabo en este recinto sagrado y a
puerta cerrada. Seguramente debían ejecutarse en el sector ocupado por los
complejos de Osiris y de Ptah-Sokar y Nefertum. A partir de esta premisa, cabe
la posibilidad de que el Osireion hubiera participado también de este
escenario mítico y en el mismo, se enterrara, de forma simbólica, la estatua
que representaba al dios, sustituyendo, de este modo, a la tumba de Djer, lugar
que desde el Reino Medio, había sido considerado como la sepultura de Osiris.
Los ritos mistéricos osiriacos desarrollados
en el templo de Sethy I en Abydos debieron marcar el punto de inflexión entre
las tradiciones más ancestrales y los nuevos tiempos tras el período amarniense
y post-amarniense. De este modo, debió surgir una nueva concepción de la
tradición del drama mistérico osiriaco, reformulado y adaptado al espacio sacro
del templo de Sethy I, y cuya envergadura tuvo una continuación transcendental
hasta el período Ptolemaico.
[1] Se trata de la séptima
capilla. El número siete entronca con Osiris y, por ende, con el concepto de
resurrección.
[2] Aunque la construcción del templo
finalizó durante el reinado por Sethy I, fue su hijo y sucesor, Ramsés
II, quien se encargó de culminar la decoración del mismo. Si Sethy I hubiera
tenido ocasión de acabar la decoración de este espacio sagrado, se le hubiera
presentado como un guerrero implacable y gran conquistador, emulando, de esta
forma, las expediciones bélicas representadas en la pared exterior norte de la
sala hipóstila de Karnak. En el caso de Abydos, la iconografía plasmada
corresponde a las campañas bélicas de Ramsés II.
[3] Se trata del enclave más íntimo y oculto del templo.
[4] Las doce horas del día
y de la noche, los doce meses del año.
[5] Según Plutarco en su
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